jueves, 31 de octubre de 2013

5

Dave D’Amalia caminaba pensativo por la calle paralela al Parque Central. Resopló al pensar en el camino que le quedaba por delante y se dio la vuelta para mirar el camino hasta entonces recorrido. Metió la mano izquierda dentro de la cazadora y sacó una pipa del bolsillo de su camisa, la quebró apretándola con el pulgar y el índice y mordió con calma el contenido. Continuó a paso tranquilo el camino echando furtivos vistazos alrededor. La luna llena bañaba los casi ruinosos edificios ajena a todo el dolor de los que estaban allí abajo.

Mientras observaba a la poca gente que quedaba en las calles no pudo evitar reflexionar sobre los últimos acontecimientos. Se encontraba enfermo, se sentía desgraciado, se notaba con cicatrices en el alma. Pensó que hasta ese momento había luchado tanto contra la vida que se había olvidado de vivirla. Podía percibir de los edificios la angustia de la gente llorando en la noche. Comprendió que podía llegar el momento de compartir algo. Pensó en Crissy  y en todo lo que tenía que explicarle. La idea de una vida al lado de ella cambió su semblante.

Volvió a echar un furtivo vistazo alrededor. Algo no estaba donde debía. Era una noche fría, notaba los escalofríos del viento gélido azotándole la cara, pero el hombre que caminaba hacia el llevaba la chaqueta plegada encima de la mano derecha.

Metió otra vez la mano izquierda en el bolsillo de su camisa y con un movimiento mecánico la abrió y tiro los restos hacia atrás aprovechando para mirar de reojo a sus espaldas. Dos hombres más. Empezó a calcular sus posibilidades mientras mordía con calma la pipa. Aguzo el oído para calcular cuanto tiempo tardarían las pisadas en ponerse a su altura, Un zumbido le recorrió el oído únicamente tapado por el rítmico sonido de pisadas de sus perseguidores.

El hombre que caminaba hacia el todavía tardaría un rato en llegar: A la izquierda había edificios, ningún portal abierto hasta donde llegaba la vista. A la derecha la carretera, casi no pasaban coches. Valoró esa ruta de escape hasta que vio a dos hombres caminando en paralelo a él por el otro lado. “¿De dónde han salido?” se quejó para sus adentros.

El zumbido aumentaba en sus oídos, las pisadas a sus espaldas parecían más rápidas y seguras. Si se habían dado cuenta de sus sospechas no tenia nada que hacer. ¡PAM! Se acabó…y el no quería que el baile acabase tan pronto. Sacó otra pipa y la mordió sin pelar esta vez. Tenía la mandíbula tensa y el zumbido le impedía pensar con claridad.

Tenia que actuar rápido, estaba llegando a la altura de un semáforo que se puso en rojo para los vehículos. Los matones le estaban metiendo en medio de un nudo corredizo, cruzarían hacia el y le tendrían acorralado. Pensó una nueva salida. En cuanto arrancasen los coches se metería entre ellos y buscaría alguna bocacalle por la que escapar.

Las pisadas estaban ya muy cerca. Creyó ver las sombras de sus perseguidores, mezclándose por momentos con la suya. El hombre que iba directo a él poso su mano izquierda sobre la chaqueta. Los de la acera opuesta se pararon. Con el rabillo del ojo miró el semáforo. << Todo al verde>> pero el semáforo no cambiaba. Metió la mano derecha debajo de la cazadora notando el frío tacto de la pistola. “Bendita segunda enmienda” pensó. No iba a ponérselo fácil. El zumbido y sus pensamientos eran ya uno.

Miro rápidamente hacia todos los lados como si estuviese en la fase REM de la peor de las pesadillas. Una pesada gota de sudor resbaló hasta sus ojos. Portal a su izquierda…a la altura de su posición. Sin rejas, cristal desde arriba hasta abajo del marco.

Sacó la mano derecha de la cazadora. Creyó notar un aliento frío en su cuello. Respiró profundamente. Notó como el corazón bombeaba enloquecido y echó a correr con grandes zancadas hacia la puerta. Creyó escuchar gritos. Embistió con fuerza con el hombro y el cristal se hizo pedazos. Su hombro fue a dar contra las escaleras que llevaban al primer piso. Notó un agudo dolor. Tenía la cabeza ladeada hacia la puerta y una fina capa de cristales le cubría el cuerpo. Había cargado con todo y la suerte quiso que fuese el hombro y no la cabeza lo que le hiciese frenar bruscamente. Los ojos parecían girar en sus órbitas y la mortecina luz de la bombilla que allí colgaba hacía que si tuviese que ver a sus perseguidores no los vería.

Volvió a calcular sus posibilidades. Ventana que parecía dar al exterior en el rellano del primer piso. ¿Altura? La mitad de su cuerpo. Se incorporó con la cabeza todavía dándole vueltas y subió escalera arriba. Repitió método y cargó con el hombro contra la ventana mientras escuchaba sonidos de disparos.

Fue cayendo en lo que a él le pareció una eternidad sobre las ramas de los árboles. Cuando tocó el suelo notó como si una descarga eléctrica le recorriese el cuerpo. Error de cálculo, patio interior. Sacó con rapidez la pistola y apuntó a la ventana por la que había salido, la sangre le cubría un ojo y apenas podía distinguir nada. Se quedó quieto en la oscuridad del patio apuntando a la pálida luz de la ventana rota. Mantuvo el índice inmóvil sobre el gatillo. Una gota de sangre cayó de su mejilla al suelo. El zumbido había desaparecido y sólo escuchaba su propia respiración agitada.

Se quedo así, con la vista fija en los restos de la ventana viviendo el segundo momento eterno del día. Eran buenos, ahora lo sabía. Sin levantarse miró lo que le rodeaba, un único camino de salida. Habría que improvisar. Sin dejar de apuntar vio una ventana abierta de donde salía olor a comida. Se levantó y logró entrar a duras penas. La caída le había dejado secuelas. Cojeaba y notaba trozos de cristales bailando en su hombro.

Había entrado en una cocina. El patio interior era compartido por los edificios vecinos. Pensó en salir por el lado opuesto al que había entrado. Vio una sartén en el fregadero todavía humeante, atravesó la puerta que daba al salón y vio a una anciana, de espaldas a él viendo la televisión. No pareció advertir de su presencia ni cuando cruzó el salón para llegar al pasillo.

Entró desde la puerta que tenía a mano derecha a una angosta habitación. Se fijó en la ventana que daba a la calle, era su salvoconducto momentáneo para la libertad. La abrió y al no ver a nadie se descolgó hasta la calle. Cayó al suelo con torpeza, procedente del dolor que le recorría todo el cuerpo.


Comenzó a andar calle abajo buscando algún refugio para descansar. En un callejón oscuro donde se amontonaban cubos de basura lo encontró. Se dejó caer entre dos mientras intentaba poner orden en sus pensamientos. La oscuridad  que le rodeaba sólo fue profanada por la cerilla con que se encendió el cigarrillo. De repente un pensamiento se cruzó por su cabeza haciendo que una ola de terror le recorriese todo el cuerpo: “Crissy”.

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