Dave D’Amalia caminaba
pensativo por la calle paralela al Parque Central. Resopló al pensar en el
camino que le quedaba por delante y se dio la vuelta para mirar el camino hasta
entonces recorrido. Metió la mano izquierda dentro de la cazadora y sacó una
pipa del bolsillo de su camisa, la quebró apretándola con el pulgar y el índice
y mordió con calma el contenido. Continuó a paso tranquilo el camino echando
furtivos vistazos alrededor. La luna llena bañaba los casi ruinosos edificios
ajena a todo el dolor de los que estaban allí abajo.
Mientras observaba a la poca
gente que quedaba en las calles no pudo evitar reflexionar sobre los últimos
acontecimientos. Se encontraba enfermo, se sentía desgraciado, se notaba con
cicatrices en el alma. Pensó que hasta ese momento había luchado tanto contra
la vida que se había olvidado de vivirla. Podía percibir de los edificios la
angustia de la gente llorando en la noche. Comprendió que podía llegar el
momento de compartir algo. Pensó en Crissy
y en todo lo que tenía que explicarle. La idea de una vida al lado de
ella cambió su semblante.
Volvió a echar un furtivo
vistazo alrededor. Algo no estaba donde debía. Era una noche fría, notaba los escalofríos
del viento gélido azotándole la cara, pero el hombre que caminaba hacia el
llevaba la chaqueta plegada encima de la mano derecha.
Metió otra vez la mano izquierda
en el bolsillo de su camisa y con un movimiento mecánico la abrió y tiro los
restos hacia atrás aprovechando para mirar de reojo a sus espaldas. Dos hombres
más. Empezó a calcular sus posibilidades mientras mordía con calma la pipa.
Aguzo el oído para calcular cuanto tiempo tardarían las pisadas en ponerse a su
altura, Un zumbido le recorrió el oído únicamente tapado por el rítmico sonido
de pisadas de sus perseguidores.
El hombre que caminaba hacia
el todavía tardaría un rato en llegar: A la izquierda había edificios, ningún
portal abierto hasta donde llegaba la vista. A la derecha la carretera, casi no
pasaban coches. Valoró esa ruta de escape hasta que vio a dos hombres caminando
en paralelo a él por el otro lado. “¿De dónde han salido?” se quejó para sus
adentros.
El zumbido aumentaba en sus oídos,
las pisadas a sus espaldas parecían más rápidas y seguras. Si se habían dado
cuenta de sus sospechas no tenia nada que hacer. ¡PAM! Se acabó…y el no quería
que el baile acabase tan pronto. Sacó otra pipa y la mordió sin pelar esta vez.
Tenía la mandíbula tensa y el zumbido le impedía pensar con claridad.
Tenia que actuar rápido,
estaba llegando a la altura de un semáforo que se puso en rojo para los
vehículos. Los matones le estaban metiendo en medio de un nudo corredizo, cruzarían
hacia el y le tendrían acorralado. Pensó una nueva salida. En cuanto arrancasen
los coches se metería entre ellos y buscaría alguna bocacalle por la que
escapar.
Las pisadas estaban ya muy
cerca. Creyó ver las sombras de sus perseguidores, mezclándose por momentos con
la suya. El hombre que iba directo a él poso su mano izquierda sobre la
chaqueta. Los de la acera opuesta se pararon. Con el rabillo del ojo miró el semáforo.
<< Todo al verde>> pero el semáforo no cambiaba. Metió la mano
derecha debajo de la cazadora notando el frío tacto de la pistola. “Bendita
segunda enmienda” pensó. No iba a ponérselo fácil. El zumbido y sus
pensamientos eran ya uno.
Miro rápidamente hacia todos
los lados como si estuviese en la fase REM de la peor de las pesadillas. Una
pesada gota de sudor resbaló hasta sus ojos. Portal a su izquierda…a la altura
de su posición. Sin rejas, cristal desde arriba hasta abajo del marco.
Sacó la mano derecha de la
cazadora. Creyó notar un aliento frío en su cuello. Respiró profundamente. Notó
como el corazón bombeaba enloquecido y echó a correr con grandes zancadas hacia
la puerta. Creyó escuchar gritos. Embistió con fuerza con el hombro y el
cristal se hizo pedazos. Su hombro fue a dar contra las escaleras que llevaban
al primer piso. Notó un agudo dolor. Tenía la cabeza ladeada hacia la puerta y
una fina capa de cristales le cubría el cuerpo. Había cargado con todo y la
suerte quiso que fuese el hombro y no la cabeza lo que le hiciese frenar
bruscamente. Los ojos parecían girar en sus órbitas y la mortecina luz de la
bombilla que allí colgaba hacía que si tuviese que ver a sus perseguidores no
los vería.
Volvió a calcular sus
posibilidades. Ventana que parecía dar al exterior en el rellano del primer
piso. ¿Altura? La mitad de su cuerpo. Se incorporó con la cabeza todavía dándole
vueltas y subió escalera arriba. Repitió método y cargó con el hombro contra la
ventana mientras escuchaba sonidos de disparos.
Fue cayendo en lo que a él
le pareció una eternidad sobre las ramas de los árboles. Cuando tocó el suelo
notó como si una descarga eléctrica le recorriese el cuerpo. Error de cálculo,
patio interior. Sacó con rapidez la pistola y apuntó a la ventana por la que
había salido, la sangre le cubría un ojo y apenas podía distinguir nada. Se
quedó quieto en la oscuridad del patio apuntando a la pálida luz de la ventana
rota. Mantuvo el índice inmóvil sobre el gatillo. Una gota de sangre cayó de su
mejilla al suelo. El zumbido había desaparecido y sólo escuchaba su propia
respiración agitada.
Se quedo así, con la vista
fija en los restos de la ventana viviendo el segundo momento eterno del día.
Eran buenos, ahora lo sabía. Sin levantarse miró lo que le rodeaba, un único
camino de salida. Habría que improvisar. Sin dejar de apuntar vio una ventana
abierta de donde salía olor a comida. Se levantó y logró entrar a duras penas.
La caída le había dejado secuelas. Cojeaba y notaba trozos de cristales
bailando en su hombro.
Había entrado en una cocina.
El patio interior era compartido por los edificios vecinos. Pensó en salir por
el lado opuesto al que había entrado. Vio una sartén en el fregadero todavía
humeante, atravesó la puerta que daba al salón y vio a una anciana, de espaldas
a él viendo la televisión. No pareció advertir de su presencia ni cuando cruzó
el salón para llegar al pasillo.
Entró desde la puerta que
tenía a mano derecha a una angosta habitación. Se fijó en la ventana que daba a
la calle, era su salvoconducto momentáneo para la libertad. La abrió y al no
ver a nadie se descolgó hasta la calle. Cayó al suelo con torpeza, procedente del
dolor que le recorría todo el cuerpo.
Comenzó a andar calle abajo
buscando algún refugio para descansar. En un callejón oscuro donde se
amontonaban cubos de basura lo encontró. Se dejó caer entre dos mientras
intentaba poner orden en sus pensamientos. La oscuridad que le rodeaba sólo fue profanada por la
cerilla con que se encendió el cigarrillo. De repente un pensamiento se cruzó
por su cabeza haciendo que una ola de terror le recorriese todo el cuerpo: “Crissy”.
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