jueves, 31 de octubre de 2013

5

Dave D’Amalia caminaba pensativo por la calle paralela al Parque Central. Resopló al pensar en el camino que le quedaba por delante y se dio la vuelta para mirar el camino hasta entonces recorrido. Metió la mano izquierda dentro de la cazadora y sacó una pipa del bolsillo de su camisa, la quebró apretándola con el pulgar y el índice y mordió con calma el contenido. Continuó a paso tranquilo el camino echando furtivos vistazos alrededor. La luna llena bañaba los casi ruinosos edificios ajena a todo el dolor de los que estaban allí abajo.

Mientras observaba a la poca gente que quedaba en las calles no pudo evitar reflexionar sobre los últimos acontecimientos. Se encontraba enfermo, se sentía desgraciado, se notaba con cicatrices en el alma. Pensó que hasta ese momento había luchado tanto contra la vida que se había olvidado de vivirla. Podía percibir de los edificios la angustia de la gente llorando en la noche. Comprendió que podía llegar el momento de compartir algo. Pensó en Crissy  y en todo lo que tenía que explicarle. La idea de una vida al lado de ella cambió su semblante.

Volvió a echar un furtivo vistazo alrededor. Algo no estaba donde debía. Era una noche fría, notaba los escalofríos del viento gélido azotándole la cara, pero el hombre que caminaba hacia el llevaba la chaqueta plegada encima de la mano derecha.

Metió otra vez la mano izquierda en el bolsillo de su camisa y con un movimiento mecánico la abrió y tiro los restos hacia atrás aprovechando para mirar de reojo a sus espaldas. Dos hombres más. Empezó a calcular sus posibilidades mientras mordía con calma la pipa. Aguzo el oído para calcular cuanto tiempo tardarían las pisadas en ponerse a su altura, Un zumbido le recorrió el oído únicamente tapado por el rítmico sonido de pisadas de sus perseguidores.

El hombre que caminaba hacia el todavía tardaría un rato en llegar: A la izquierda había edificios, ningún portal abierto hasta donde llegaba la vista. A la derecha la carretera, casi no pasaban coches. Valoró esa ruta de escape hasta que vio a dos hombres caminando en paralelo a él por el otro lado. “¿De dónde han salido?” se quejó para sus adentros.

El zumbido aumentaba en sus oídos, las pisadas a sus espaldas parecían más rápidas y seguras. Si se habían dado cuenta de sus sospechas no tenia nada que hacer. ¡PAM! Se acabó…y el no quería que el baile acabase tan pronto. Sacó otra pipa y la mordió sin pelar esta vez. Tenía la mandíbula tensa y el zumbido le impedía pensar con claridad.

Tenia que actuar rápido, estaba llegando a la altura de un semáforo que se puso en rojo para los vehículos. Los matones le estaban metiendo en medio de un nudo corredizo, cruzarían hacia el y le tendrían acorralado. Pensó una nueva salida. En cuanto arrancasen los coches se metería entre ellos y buscaría alguna bocacalle por la que escapar.

Las pisadas estaban ya muy cerca. Creyó ver las sombras de sus perseguidores, mezclándose por momentos con la suya. El hombre que iba directo a él poso su mano izquierda sobre la chaqueta. Los de la acera opuesta se pararon. Con el rabillo del ojo miró el semáforo. << Todo al verde>> pero el semáforo no cambiaba. Metió la mano derecha debajo de la cazadora notando el frío tacto de la pistola. “Bendita segunda enmienda” pensó. No iba a ponérselo fácil. El zumbido y sus pensamientos eran ya uno.

Miro rápidamente hacia todos los lados como si estuviese en la fase REM de la peor de las pesadillas. Una pesada gota de sudor resbaló hasta sus ojos. Portal a su izquierda…a la altura de su posición. Sin rejas, cristal desde arriba hasta abajo del marco.

Sacó la mano derecha de la cazadora. Creyó notar un aliento frío en su cuello. Respiró profundamente. Notó como el corazón bombeaba enloquecido y echó a correr con grandes zancadas hacia la puerta. Creyó escuchar gritos. Embistió con fuerza con el hombro y el cristal se hizo pedazos. Su hombro fue a dar contra las escaleras que llevaban al primer piso. Notó un agudo dolor. Tenía la cabeza ladeada hacia la puerta y una fina capa de cristales le cubría el cuerpo. Había cargado con todo y la suerte quiso que fuese el hombro y no la cabeza lo que le hiciese frenar bruscamente. Los ojos parecían girar en sus órbitas y la mortecina luz de la bombilla que allí colgaba hacía que si tuviese que ver a sus perseguidores no los vería.

Volvió a calcular sus posibilidades. Ventana que parecía dar al exterior en el rellano del primer piso. ¿Altura? La mitad de su cuerpo. Se incorporó con la cabeza todavía dándole vueltas y subió escalera arriba. Repitió método y cargó con el hombro contra la ventana mientras escuchaba sonidos de disparos.

Fue cayendo en lo que a él le pareció una eternidad sobre las ramas de los árboles. Cuando tocó el suelo notó como si una descarga eléctrica le recorriese el cuerpo. Error de cálculo, patio interior. Sacó con rapidez la pistola y apuntó a la ventana por la que había salido, la sangre le cubría un ojo y apenas podía distinguir nada. Se quedó quieto en la oscuridad del patio apuntando a la pálida luz de la ventana rota. Mantuvo el índice inmóvil sobre el gatillo. Una gota de sangre cayó de su mejilla al suelo. El zumbido había desaparecido y sólo escuchaba su propia respiración agitada.

Se quedo así, con la vista fija en los restos de la ventana viviendo el segundo momento eterno del día. Eran buenos, ahora lo sabía. Sin levantarse miró lo que le rodeaba, un único camino de salida. Habría que improvisar. Sin dejar de apuntar vio una ventana abierta de donde salía olor a comida. Se levantó y logró entrar a duras penas. La caída le había dejado secuelas. Cojeaba y notaba trozos de cristales bailando en su hombro.

Había entrado en una cocina. El patio interior era compartido por los edificios vecinos. Pensó en salir por el lado opuesto al que había entrado. Vio una sartén en el fregadero todavía humeante, atravesó la puerta que daba al salón y vio a una anciana, de espaldas a él viendo la televisión. No pareció advertir de su presencia ni cuando cruzó el salón para llegar al pasillo.

Entró desde la puerta que tenía a mano derecha a una angosta habitación. Se fijó en la ventana que daba a la calle, era su salvoconducto momentáneo para la libertad. La abrió y al no ver a nadie se descolgó hasta la calle. Cayó al suelo con torpeza, procedente del dolor que le recorría todo el cuerpo.


Comenzó a andar calle abajo buscando algún refugio para descansar. En un callejón oscuro donde se amontonaban cubos de basura lo encontró. Se dejó caer entre dos mientras intentaba poner orden en sus pensamientos. La oscuridad  que le rodeaba sólo fue profanada por la cerilla con que se encendió el cigarrillo. De repente un pensamiento se cruzó por su cabeza haciendo que una ola de terror le recorriese todo el cuerpo: “Crissy”.

miércoles, 30 de octubre de 2013

4

El sol bailaba en el horizonte cuando McCormick dejó atrás Cooley para entrar en el serpenteante camino que llevaba hacia Ellway Hills. Demasiadas preguntas sin respuesta. Los atentados que se habían producido una semana atrás carecían de sentido para él. Conocía sus formas de actuar y de pensar. No, no era lógico. Sus acciones no eran para mandar mensajes sino para lograr objetivos. Demasiados peces gordos implicados para lograr sus habituales pretensiones. Mucho riesgo, “soldados” que les habían fallado, poca recompensa. ¿Donde encajaba Evan Davis en ese entramado?

Una sensación que parecía sacada de la nada le sacudió. El camino por el que conducía parecía irreal y tuvo la impresión de que algo horrible ocurriría de forma inminente. La luz se filtraba por sus pupilas abrasándolas y envolviendo todo en un manto rojo. Su tembloroso cuerpo intentaba ajustarse a esa nueva realidad. Sintió que comenzaba a perder el control. La imagen de él girando el volante y lanzándose colina abajo se le aparecía inquietantemente. El corazón se revolvía violentamente en su interior.

Algunas casas estilo colonial muy distanciadas entre si brotaron como espectros en el horizonte. Cuando sus manos dejaron de aferrar con violencia el volante se dio cuenta que las tenia entumecidas.

Se metió en el pedregoso camino que llevaba al número 14, el que estaba en la parte más alta. Examinó cuidadosamente sus sensaciones antes de bajarse del coche y llegar al porche de la casa. No sabía bien cómo afrontar la situación. Podría estar a punto de interrogar tanto a una victima como a un verdugo. Confió en que su instinto se lo dijese tras el primer saludo.

Llamó al timbre y esperó sin respuesta. Miro de reojo a las ventanas que flanqueaban la puerta de entrada, no había movimiento en el interior. Llamó por segunda vez sin poder evitar darse la vuelta para observar el magnífico paisaje que tenia ante si. Le parecía poder escuchar el murmullo de las olas deslizándose suavemente y la brisa trayéndole recuerdos en lugar de olores.

Se dio la vuelta para volver a llamar y se encontró con Tanya Berry envuelta en un halo de resplandores azules. No estaba preparado para los ojos color almendra que le miraban fijamente.

-          Agente especial McCormick, Unidad Antiterrorista- Dijo adelantándose dos pasos y enseñándole la placa.

Ella se apoyó en el marco de la puerta y le dedicó una sonrisa que identificó como cálida mientras perdía la vista en el paisaje que se extendía a espaldas del agente.


McCormick pensó en la cantidad de victimas que podía crear esa sonrisa.

viernes, 25 de octubre de 2013

3

Un brillo de la mascara del verdugo, el cazador atrapado. D’Amalia despertó con una tormenta de imágenes en su cabeza. Creía tener los ojos abiertos pero no veía nada. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad e intento recordar como había llegado allí.

Se encontraba en una habitación de cuatro por cuatro metros con las paredes completamente acolchadas. No se hacia idea de cuanto tiempo llevaba inconsciente. Intentó reconstruir acontecimientos. Alfileres bañados en sangre. Tenía que rearmar el impreciso puzzle de lo olvidado. “¡Número 7-842-359 estancia 4, 3ª planta!”. Consiguiendo el paso correcto mientras subía las escaleras junto con otros reclusos. La estridente música de la puerta de la 4ª celda al abrirse. El guardia obligándole a apoyarse sobre los barrotes y un hombre de blanco clavándole una aguja en el brazo.

Más retazos. El cuerpo yaciendo con ventosas unidas a cables por todo el cuerpo, la columna vertebral convulsionándose a punto de partirse en dos por la tensión. Preguntas en luces parpadeantes. Voces condensándose en gases empapando su cerebro.

Empezó a recobrar la consciencia y notó temblores por todo el cuerpo. Comenzó a mirarse el cuerpo en busca de marcas. La piel estaba amoratada y con aspecto de podrida, la carne hinchada a la altura del estomago. Acarició los cardenales del cuello mientras un hilo de sangre caía con pausa de sus labios. Continuó haciendo inventario de los daños, se llevó las manos a los genitales y respiro aliviado. No pudo evitar sonreír.

Se sentó con las piernas cruzadas en la esquina de la celda, había manchas de sangre seca alojadas para la perpetuidad en suelo y paredes. Una de ellas tenía frases pacientemente talladas a base de arañar el acolchado. “Jesús es la salvación” decía una de ellas. “Me llamo Samake Wallace” rezaba otra. A D’Amalia no le costaba imaginar el miedo de ese hombre a llegar a olvidar incluso su propio nombre, en medio de tanta locura y dolor.

La frase “Nacido para robar la capucha de la muerte” estaba a su vez adornada por lo que parecía el dibujo de una figura encapuchada con una guadaña en la mano. “Jill te quiero”, “Nunca más esclavo de Dios”, “Seré fuerte Jackie”,…fueron otros de los mensajes a los que prestó atención.

Se intentó acomodar en la esquina mientras pensaba que frase dejaría para la posteridad.




En el instante en que la vio apartarse el pelo color azabache de la cara y abrir los ojos poco a poco, aleteando, como si fuesen mariposas, supo que era ella. Su rostro se iluminó en una sonrisa mientras se estiraba en la cama.

-          Te quiero Crissy- dijo sorprendiéndose a si mismo por su almidonado tono de voz.

No pudo reprimir una ligera risa de incredulidad. Se incorporó apoyando la cabeza sobre la mano intentando que sus ojos se acostumbrasen a la luz.

-          Hace sólo tres semanas que nos conocemos.

Acarició su mejilla con los dedos mientras adoptaba la misma postura que ella.

-          Será porque desde hace tres semanas tengo, por primera vez en mucho tiempo, la sensación de estar vivo.

Crissy empezó a recordar sin pretenderlo. Volvía a casa después de ocho horas atendiendo clientes groseros en la taberna “Enola Guy”, en las que no paró de pensar ni por un instante que su vida se reducía a esa especie de bruma color plomo que nublaba su vista cuando se tumbaba en la cama a descansar.

Caminaba sin rumbo por las calle por las zonas mas transitadas en busca de una mínima sensación de protección. El cielo color humo que le acompañaba en ese atardecer aumentaba aun más su tristeza. Al llegar a su casa decidió no entrar y se sentó en la escalera. Sacó un cigarrillo de la pitillera, se lo puso en los labios y buscó el mechero en el bolso cuando se dio cuenta que una sombra le tapaba la escasa luz del atardecer.

Levantó la vista y reconoció a un hombre que había estado comiendo en la taberna durante los últimos días. Sostenía un mechero en su mano derecha. Le encendió el cigarrillo y se sentó a su lado con los brazos apoyados en las rodillas y la vista perdida en el cielo.

Recordaba lo extrañamente cómoda que se sintió con él a su lado. Estuvieron en silencio hasta que ella apuró la última calada y le miró fijamente. Tenía un aspecto agradable, un rostro duro acentuado aun más por una mandíbula potente pero unos ojos repletos de inocencia y ternura.

-          ¿Qué tal el día?

A ella ni siquiera le sorprendió la pregunta. Había algo en él, algo que hacía que tuviese la impresión de estar hablando con un conocido de toda la vida. Entonces se dio cuenta de que por primera vez la miraba, sus ojos se habían posado en los suyos de forma serena y tranquila.

-          Es extraño que digas eso Dave porque yo no he pensado en otra cosa durante las tres ultimas semanas- respondió mientras le daba un beso de buenos días y volvía a iluminar su rostro con una sonrisa.



…Ni la tormenta más salvaje romperá tus alas…



D’Amalia despertó solo y perdido. El reflejo de la inconsciencia se aparecía ante sus ojos. Se arrastró hacia la esquina de la celda. Imágenes de Crissy pasaron por su cabeza. Tenía ganas de llorar pero ahogó las lágrimas pensando en su sonrisa.

Debajo de la puerta vio doce bandejas y varias cápsulas de medicamentos. Empezó a hacer flexiones para desentumecer el cuerpo mientras calculaba, debía quedarle escaso tiempo de encierro. Tal vez solo horas. Cuando el cansancio hizo mella volvió a acomodarse en la esquina e intento dejar la mente en blanco.

Escuchó dos vueltas de llave sin tener una idea, siquiera aproximada, de cuanto llevaría intentando no pensar sin lograrlo.

-          ¡Bella durmiente, el doctor quiere verte!

Le llevaron hasta una puerta en que vio un tablero de luces con un irritante color amarillo parpadeando. Los guardias se miraron, se encogieron de hombros y decidieron pasar con un todavía aturdido D’Amalia. Le dejaron de pie junto a una silla. Tenia que esforzarse porque no se le arqueasen las piernas.

-          Siéntese señor D’Amalia.
-          Muy considerado señor.
-          Beba agua si desea, tiene usted una jarra y un vaso en esa mesita.
-          Gracias señor.
-          Póngase cómodo por favor.

D’Amalia apretó los puños clavándose las uñas en la palma de la mano hasta que comenzaron a asomar gotas de sangre.

-          Gracias- acertó a responder con la mandíbula tensa.
-          ¿Fuma?- le preguntó ofreciéndole un cigarrillo.
-          No.
-          Yo tampoco- apostilló arrojando la cajetilla al suelo.
-          ¿Se ha acabado?

El doctor se ajusto las gafas y se secó con un pañuelo el sudor de la frente mientras le estudiaba de arriba abajo.

-          ¡¡ Guardias!!
-          ¿Si señor?
-          Llévenselo, es libre.


Los guardias volvieron a agarrarle de los lados, situación a la que D’Amalia empezaba ya a estar más que acostumbrado, y se lo llevaron por el pasillo que llevaba al oficial de exenciones. “Creo que fumaré un cigarrillo” escucharon decir al doctor antes de que se abriese la primera puerta de seguridad.

martes, 22 de octubre de 2013

Fumando diamantes

Fumando diamantes,
en el sitio
en que
se encuentran los amantes.
Viviendo bajo los valles
con miedo a la voz de las calles.

Dejar que el niño duerma,
lograr lo que ella quiera.
Blandas pisadas
sobre la arena.
Abandonando lo humano
no queda lo divino.

El niño de la villa
evita la negra orilla.
En el
chillido que sigue al herido
descubres estar consumido.

Conoce la enfermedad,
gánate su amistad.
Bebiendo y fumando para intentar soñar.
Una verdad sin nombrar,
matarse no es disfraz.

Subir solo sirve
para caer desde mayor altura,
hacer mas ancha la sepultura.

Sueños sostenidos en tu cabello.

¿Reconocerías mi sangre si lloviese del cielo?

domingo, 20 de octubre de 2013

2




-          Verás, el tipo era un ladrón de poca monta- dijo Andre- Un yonqui que se metía en vena todo lo que robaba ¿Me sigues? El caso es que le metimos a una rueda de reconocimiento junto con otros colgados mientras la vieja a la que dio el tirón estaba al otro lado,…ya sabes,…con el rollo de siempre: “No hay derecho, dónde vamos a llegar” y toda esa mierda. El yonqui estaba poniéndose a malas con el poli que les metió en la rueda de reconocimiento porque decía que a todos los demás les habían pagado y a él no. El cabrón ya entró con mal pie. No paraba de darle al rollo de siempre, “soy inocente”, “abuso policial” y demás. Su escala de culpabilidad subió de cinco a nueve en unos minutos según la escala Meiyar- añadió en un guiño- Ya sabes a que me refiero. Pero lo acojonante, lo verdaderamente acojonante…vino cuando los detectives abrieron el micro y le dijeron que se adecentara poniéndose la visera de la gorra hacia delante. ¿Sabes lo que contesto el figura? “No tío, la llevaba hacia atrás cuando robe a la vieja”.

Andre Meiyar se palmoteaba la pierna jocoso mientras buscaba con la mirada algún gesto de su compañero, Jeff McCormick, que observaba con aire de reflexión las casas que se extendían a lo largo de Connor Gardens.

Meiyar había trabajado en el Distrito 14 antes de decidir trasladarse a Quántico para unirse al FBI. Llevaba ya tiempo con McCormick como compañero, pero le seguía pareciendo una auténtica incógnita. Irónico, cínico, inmutable, tranquilo y calculador. Parecía tener un control absoluto sobre si mismo.

Levantó el pie del acelerador al ver el cordón policial. Al llegar a la barrera de vallas frenó y aparcó en la acera.

Un oficial les paró con la mano en alto cuando intentaron entrar. Le enseñaron la placa y el oficial con un gesto les invitó a seguirle hasta el interior de la casa. Les llevó hacia un amplio salón donde vieron a un hombre sentado en el sofá con un enorme agujero en forma de estrella en su sien derecha. Jirones de piel desgarrados le colgaban moviéndose levemente por la brisa que salía del aparato de aire acondicionado.

-          Nos llamó el cartero hace aproximadamente una hora,- comenzó a explicar el policía- estaba repartiendo en la casa de al lado cuando escuchó un disparo. Al llegar nos encontramos esto. Uno de los agentes metió sus huellas en la base de datos y nos salió que estaba bajo seguimiento del FBI. Presunto ‘anti-probetas’.

McCormick se acercó al cadáver y se inclinó para poder fijarse en los pequeños agujeros y trozos de carne colgando que tenía en la barbilla, frente, cabeza y mejilla izquierda. Meiyar observó la pistola reposando en su mano.

-          ¿Un problema de conciencia?- preguntó con ironía Meiyar.

McCormick se alejó hasta el otro lado del salón y pasó la vista por toda la escena. No pudo evitar la sensación de que algo no encajaba. La mano derecha sostenía el arma con el dedo índice: Una British 9 color dorado. La sangre seca había adoptado tono marrón y estaba salpicada por pared, sofá y suelo. Un hilo de espesos fluidos salía de su boca para perderse por su camisa, dejando un río de color negro por el camino.

-          ¿Vio el cartero salir a alguien de la casa?- inquirió McCormick.

El policía posó por primera vez la vista detenidamente en él. McCormick vestía de manera informal con pantalones de marrón claro anchos y una camiseta blanca que dejaba ver una estructura física fibrosa. Tenía una imagen muy alejada de la que le suponía a un Agente Federal.

-          En cuanto escuchó el disparo se alejó y llamó a la centralita. De todas formas, según nos contó, no apartó la vista de la casa y no vio movimiento alguno.
-          ¿Se ha hablado ya con los vecinos?

Le miró de arriba abajo para luego posar la vista a Meiyar, el cual observó alternativamente a los dos antes de encogerse de hombros y estudiar con detenimiento el cadáver.

-          Lo de siempre. Nadie sabe, conoce o visto nada.

McCormick salió del salón y comenzó a registrar la casa.

-          Seguramente piensen que si dicen algo serán los siguientes en una lista que ya es de por sí demasiado extensa- apostilló el oficial levantando la voz con la esperanza de que siguiese escuchándole.

Se metió las manos en los bolsillos mientras movía nerviosamente los pies y fijó la vista en el suelo como si buscase algo. Se sentía incomodo, más por la presencia de los federales que por la del cadáver. Después de unos silenciosos instantes miró a Meiyar. Raza negra, pelo ligeramente abombado con bigote y perilla cuidadosamente recortados. No podía evitar pensar en las personas como futuras descripciones en el margen de un informe.

Estaba tan absorto en reflexiones sobre cómo su capacidad laboral se convertía en incapacidad social, que no se dio cuenta de que McCormick estaba frente a él hasta que éste expresó unas vagas palabras de agradecimiento y le apoyó la mano en el brazo en gesto sutil de invitación a irse.

Salió a la calle bajo la mirada de decenas  de curiosos que parecían posicionarse ante el cordón policial. Se apoyó en la puerta de su coche pensativo y un agente se le acercó con un bloc de notas en la mano.

-          Todos ciegos jefe.
-          Lo comprendo.- respondió el oficial con la mirada perdida- Saben que si les joden lo mejor que pueden hacer es cavar un agujero. Lo más grande que puedan, porque… ¿Sabes una cosa? Lo mas seguro es que tarde o temprano acaben metidos en ese hoyo.

En el interior de la casa McCormick se agachaba sobre el cuerpo cogiéndole la mano y posaba su inerte pulgar sobre el Transmisor de Datos. En unos instantes ya tenía en pantalla su historial después de que un torbellino de nombres hubiese desfilado a gran velocidad por ella.

Meiyar percibió la preocupación en su rostro.

-          ¿Qué ocurre?

McCormick le paso el TD y Meiyar comenzó a leer el historial:

Evan Davis Abner.
Rockford. ILLINOIS
56 años. Congresista
Responsable del Acta Bugner (actualmente abolida)
Juzgado por asociación terrorista
Posible filiación a la Comisión de  la ‘Yiser’

Meiyar comprendió la preocupación de su compañero.

-          ¿Qué opinas?- preguntó finalmente.
-          No creo que se arrepintiese de nada- respondió.
-          No te sigo.
-          La British 9 es una de las automáticas más potentes que existen. Con el índice de retroceso que tiene es imposible que la siguiese sosteniendo después de volarse la tapa de los sesos. Fíjate en los agujeros de salida- continuó señalando el cadáver.
-          Demasiado irregulares. No creo que usase una munición convencional. ¿Crees que puede ser una represalia de “Nuevo Amanecer”?

A McCormick se le cruzó un extraño pensamiento. Durante unos segundos no le dio la sensación de investigar un homicidio sino de abrir una puerta que a nadie correspondía atravesar.

-          Es lo suficientemente público como para ser un aviso- reflexionó.
-          ¿Se lo pasamos al otro edificio?- pregunto Meiyar refiriéndose a la torre del Edificio Federal encargada del grupo terrorista “Nuevo Amanecer”.

McCormick valoró por unos instantes las palabras de su compañero. El comando terrorista “Nuevo Amanecer” estaba integrado por personas genéticamente modificadas. Creían ser vistos como simple tecnología producto de la ciencia. Privados de los principios de igualdad y dignidad para ser únicamente algo susceptible de ser medido en parámetros de eficacia y eficiencia. Sin embargo, al igual que la Yiser, obviaban la dignidad de las víctimas.

El asesinato de alguien que se había mostrado abiertamente en contra de ellos era un buen motivo para pensar en ellos. La importancia del ejecutado también. El único problema de esa tesis era el que planteaba la escena que tenía ante sí.

-          Probablemente han usado balas fragmentadas, parece la marca de un ejecutor… Pero si fuese obra de ellos lo habrían hecho en un sitio público, una demostración de fuerza. Esto es simplemente una ejecución, no un mensaje- concluyó.

Observó el cuerpo. Se preguntó cuántas veces habría visto escenas similares y cuántas le quedarían todavía por ver. La vida se le había ido por los agujeros de los proyectiles. La sangre enmarcando su último momento. Se sintió súbitamente mareado, como si parte de la sangre de la pared fuese suya. Como si su cuerpo también se hubiese astillado. Reprimió la necesidad de tocarse para asegurar que las heridas mortales que veía en Evan Davis no eran suyas.

El olor se le metió en la boca e inundo su nariz. El hedor flotaba en el ambiente y notó como inundaba su cuerpo, como si disolviese los poros para ocupar su espacio.

-          Mira esto- dijo Meiyar revolviendo los objetos personales del congresista.

Estiró el brazo para coger los papeles que le extendía. Parecían unas cartas personales de una mujer llamada Tanya Berry. “Siempre una mujer” pensó McCormick.

-     ¿Qué historia crees que tenían?
-          Puede que una antigua novia, fíjate en el remitente, las cartas fueron enviadas desde Francia. Es lo único personal que parece tener por aquí.
-          Llama a la central para conseguir una dirección- le pidió.

Observó cómo llegaron agentes de científica y comenzaban a situarse en torno al cadáver. Noto el desgaste de la semana pasándole factura. Demasiados gritos sin boca y demasiadas bocas para siempre sin sonrisas.

-          Su última dirección conocida es Ellway Hills 14. ¿Qué quieres que hagamos?
-          Me encargaré yo- respondió sintiendo como un dolor seco salía de su cabeza para recorrerle todo el cuerpo.
-          Ya me quedo yo con él- protestó irónico Meiyar señalando el cadáver- Me recuerda bastante a tí. Es igual de expresivo.

McCormick salió por la puerta. Un miembro de la científica se dirigió a Meiyar con una sonrisa ácida en los labios.

-          Parece que no se hacen muchos amigos en política ¿Verdad agente?
-          La unidad antiterrorista tampoco es una fiesta continua- respondió en tono seco.

Echó otro vistazo al cadáver de Evan Davis. Desde luego tenía aspecto de haber conocido mejores días. Los jirones de piel que colgaban de su sien izquierda ondeaban a modo de bandera.


-          ¿Alguien puede apagar el puto aire acondicionado?- preguntó.

sábado, 19 de octubre de 2013

1




-          Siéntese Señor D’Amalia.
-         
-          Póngase cómodo por favor.
-         
-          D’Amalia tengo entendido que usted tiene ideas sobre lo que debería ser la sociedad pero… ¿Sabe lo que hay fuera de estos muros?
-          Crissy.
-          No señor D’Amalia, fuera de aquí no hay nada.
-          Ella.
-          ¿Fuma?- preguntó ofreciéndole un cigarrillo que sobresalía del paquete de tabaco.
-          No.
-          Yo tampoco- replicó arrojando la cajetilla al suelo.
-          Comprendo.
-          ¿Sabe lo que soñé el otro día? Un perro con sombrero mejicano me intentaba reclutar para el ejército. Me despertó el toque de corneta. ¿Sabe usted lo que significa?
-          No.
-          ¡No comercie con mis sentimientos D’Amalia!
-          Claro que no señor.
-          Está haciendo progresos.
-         
-          ¿Nos reímos?
-          No.
-          Yo tampoco creo en esas cosas. ¿Sabe cuál es el verdadero problema? Que somos incapaces de entender nuestros sentimientos. Por eso intentamos que sean las máquinas quienes las descifren.
-          Claro señor.
-          Estoy muy satisfecho con sus valores. ¿Me puede prestar 2’40?
-          ¿Señor?
-          Olvídelo.
-         
-          ¿A cuantos hombres se han de matar para vivir un minuto?
-          ¿Disculpe?
-          Ese era el mensaje del sueño Señor D’Amalia.
-          Comprendo.
-          Es usted un cobarde y una vergüenza para los demás.
-          No…yo no.
-          Haré que sufra espasmos de horror hasta que sea reducido a un montón de basura sangrante. Le robaremos lo único que tiene y, ¿Sabe qué? Estará muerto por dentro, sólo le quedará la fachada. Un montón de carne y huesos que tirar a la basura. Para entonces no habrá nada que matar, será sólo una mera formalidad.
-          Yo…yo…o...
-          Es un momento muy emotivo Señor D’Amalia. Déme un abrazo.
-          E…er…eriw.

Bordeó la mesa y le abrazó con fuerza pasando los dedos entre su pelo con ternura.  Los guardias que flanqueaban a D’Amalia intercambiaron miradas de incertidumbre. El centro, eufemísticamente denominado como “Centro de Prisión Preventiva”, iba a ser el hogar durante 72 horas de todos aquellos sospechosos de los atentados cuya implicación todavía no había podido ser demostrada. El pentotal, junto con otros cócteles químicos, era el desayuno habitual en aquel antiguo psiquiátrico. El doctor asintió orgulloso con la cabeza una vez deshizo el abrazo. D’Amalia se quedo quieto con la boca abierta y caída hacia un lado mientras la saliva le colgaba de las comisuras.

-          ¡GUARDIAS! ¡Llévenselo! Y vuelvan con…
-          ¿Señor?
-          El florero del pasillo…Pero antes de eso y antes de que prosigan con su ejemplar labor, permítanme que les muestre el funcionamiento del tablero de luces instalado a la puerta de mi despacho. En caso de no querer ser interrumpido podrán ser conscientes de ello al ver un molesto color rojo parpadeando en dicho tablero. No obstante,…y llegado este momento permítanme igualmente una pausa dramática- dicho lo cual se mantuvo en silencio ante la sorpresa de los guardias que se miraban incrédulos- La luz verde- prosiguió- será indicativa de la situación contraria, podrán ustedes proceder a penetrar en la estancia para cualquier clase de ruegos, preguntas o loas que generosamente quieran verter sobre mi labor o sobre mi persona. Dado el caso,- continuó mientras acentuaba sus palabras con una excesiva gesticulación manual- podría ser que el color del ingenioso mecanismo sea de un no menos molesto naranja intermitente lo cual será signo inequívoco de avería. Asimismo el color azul tendrá un significado aleatorio. Por ser éste un instrumento todavía inédito en nuestras instalaciones les sugiero que se atengan únicamente al último color explicado hasta que se familiaricen con su uso.

Se quedaron los guardias en silencio en espera de que continuase hablando. Al quedarse esté totalmente quieto, con la mirada fija en la pared, dudaron un instante antes de llevarse a D’Amalia a su cuarto de castigo.

Le pasearon por un angosto pasillo ante los gritos, silbidos e incluso gruñidos de los que se encontraban ya recluidos. Le arrojaron a su celda y cuando escuchó la segunda vuelta de llave notó una inconsolable sensación de desasosiego, acompañado por un sudor frío que le recorrió la columna vertebral. Intentó centrarse pensando en algo de tan extrema belleza que lograse apartarle del dolor que sentía, pero el poder jugar con el panel del doctor no le resultaba consuelo suficiente.

Se comenzó a derrumbar. Sus pensamientos golpeaban contra las paredes y volvían convertidos en martillazos. Sus hemisferios cerebrales se desconectaron, se tapó los oídos con las manos y gritó con voz sin tono. Escuchó los aullidos histéricos del resto de reclusos que parecían disfrutar del espectáculo. Imaginó la locura permanente a que iba a estar sometido durante el resto de su vida.

Cayó al suelo y con el resto del cuerpo inmóvil golpeó su cabeza contra el suelo dulce y suavemente, buscando un rítmico sonido que le mantuviese sin pensar durante el resto de su vida. Quería huir de la locura. Los huesos aullaban deseando salir del cuerpo.


Intentó gritar pero notó la garganta estallando en fuego y la nuez pugnando por salírsele de la boca. Quiso llorar, pero lo más que pudo fue provocarse arcadas mientras unas espesas lágrimas de enrojecido color caían al suelo confundiéndose con el espeso hilo de saliva que colgaba de su boca. Con las piernas temblando intentó levantarse en un arrebato de dignidad, pero sólo logró que los brazos se le doblasen a la altura de los codos y volver a caer al suelo. Se quedó así mientras notaba como, poco a poco los parpados se le cerraban convirtiendo todo en borrosa realidad y su cuerpo empezaba a dar vueltas por la habitación.

viernes, 18 de octubre de 2013

Preludio




Una bala perdida…

El niño cayó pesadamente al suelo. Todo se volvió irreal. Los coches, los edificios…Sus pensamientos atrapados en un cuerpo que no le obedecía.

Modificación genética. Las personas con recursos, ajenos a las enfermedades pero no al dolor. Único peaje: Síndrome de Sjogren. Sequedad bucal y ocular. Incapacidad para llorar. Casi como una metáfora. Pero no lo era. Las enfermedades ya no mataban. Sólo mataban el odio y la agresividad. Una pandemia sin cura.

El debate paso de ético a estético. Niños de catalogo. El dinero, ya no los genes, escogía color de ojos, pelo y eliminar la tendencia a la obesidad. Las personas bendecidas por herencias familiares veían como también podían enriquecer su patrimonio genético. El mundo les pertenecía. En ese contexto surgió el reinado de terror de la ‘Yiser’.

El grupo terrorista de la ‘Yiser’ pretendía igualar la balanza. Principales objetivos, centros de DPI: Diagnóstico Pre-Implante. Expresado de otra forma. Niños a la carta.

El Proyecto Genoma enseño como leer el libro de la vida. No enseñaba como sobrevivir a ella.

“Ya no somos esclavos de Dios”. Palabras que escribían, con la sangre de las víctimas, los miembros del grupo terrorista “Nuevo Amanecer”. Organización mas anárquica. Eso impedía que cada calle se convirtiese en una guerra territorial.

Ingeniería genética. El corazón de un mundo sin corazón.

Los nuevos cambios siempre implicaban nuevos prejuicios. Y los nuevos prejuicios implicaban violencia. El grupo terrorista de la “Yiser” la estaba mostrando en ese momento. Y él estaba en medio.

El olor a carne quemada presidía las calles. Una iglesia cercana. Las campanadas sonaban a explosiones y los rezos a disparos. Sangre inocente sobre la que no se podría construir.

Freedom City, EEUU. Más armas que almas.

-          Me duele el pecho- se quejó el niño devolviendo a McCormick a la realidad.

Cayó de rodillas a su lado. Buscó las marcas de abrasión del proyectil. Le rasgó la camiseta por la mitad. En el lado izquierdo del torso observo una herida profunda. Sólo del tamaño de un fragmento. Puede que suficiente.

-          Me duele mucho- volvió a quejarse el niño con respiración entrecortada.

De la herida no manaba sangre. Su respiración no era entrecortada. Era ahogada. Hemorragia interna. La sangre fluiría a sus pulmones hasta que en ellos no lograse entrar el aire.

El sonido de una ambulancia le llegó mezclado con el sonido del pánico. Demasiado lejano. Nada que hacer.

-          ¡Civil herido!- gritó acercándose el transmisor a la boca- ¡Necesito asistencia inmediata en Dwight con la Tercera!

Escuchó disparos. Provenían de una calle paralela.

-          Aguanta muchacho, enseguida vendrán por ti- dijo posándole la mano en el pecho.

Sacó su Starfire semiautomática y avanzó agachándose entre los coches. Creyó oír al muchacho pidiéndole que no le dejase solo. El “nada que hacer” tendría que incluir dejarle morir solo.

El ataque de pánico colectivo parecía ir en aumento. La gente corría arrollándose y los conductores o salían corriendo de los coches o aceleraban arrastrando a la marabunta. Llegó hasta la esquina. Escuchó ráfagas largas de rifles y automáticas. Oyó un estallido a sus espaldas y se dio la vuelta sobresaltado. Una mujer se había incrustado contra el capot de un coche. Sus ojos le miraban directamente. Gruesas gotas de sangre manaban desde sus labios rotos hacia su frente.

Quitó el seguro del arma y rodeó la esquina. Se giró para mirar el escaparate de una tienda de moda que había sido devastado por las balas. Las dos dependientas no eran más que una masa de carne deshecha sobre un lecho rojo. De la arteria del cuello de una de ellas seguía saliendo un chorro intermitente. Le costó apartar la mirada. Se encontró con más gente que corría alocadamente en su dirección. Pudo sentir el terror en sus ojos al verle.

Se puso la mano en la oreja y acerco la boca al transmisor que llevaba prendido de la camisa.

-          ¡Van hacia el norte! ¡Están subiendo por Cooley!

Un escalofrío le recorrió la espalda. Iban directos hacia Pomon Avenue, una zona residencial donde tendrían mucho espacio para esconderse y mucha gente con la que acabar en su huida.

Desde el aparato receptor le comunicaron que se dirigía un equipo táctico a cerrar la zona. “Mala opción” pensó. Era como acorralar a un animal herido. Tendría que resolverlo con sus propios métodos.

Se abrió camino hacia ellos. Seguían disparando enloquecidamente a todo lo que tenían por delante. Agazapándose pudo acercarse a veinte metros de ellos, en el momento en que dejaron de correr dudando por el camino a tomar. Se levantó y abrió fuego sobre el que tenía a la izquierda. Notó el chasquido de los proyectiles. Su objetivo cayo vomitando sangre por la boca. Su acompañante se dio la vuelta con velocidad e intentó sorprenderle con una ráfaga larga de su automática. McCormick se agacho y recibió una ducha de cristales en su cuerpo.

El terrorista se fue corriendo hacia la zona residencial. McCormick lo vio desde debajo del coche. Observó cómo cada poco tiempo volvía la cabeza. Apoyó la espalda contra el coche y respiro profundamente antes de echar a correr detrás de la figura. Vio como se metía en un pasaje que había entre dos casas.

McCormick saltó la verja de una de las casas. Corrió pegado a la tapia que daba al pasaje. Buscó la entrada de la casa. Tropezó en los escalones que daban a la portilla de entrada y se quedó así. Tumbado. Apuntando a la salida del pasaje. Vio la sombra de una silueta. Se obligó a contener el resuello. Entrecerró los ojos para apuntar mejor.

Disparó en el instante en que le vio asomar la cabeza. Los casquillos se elevaban ante su vista y descendían sobre sus brazos abrasándolos allí donde caían. Las balas se empotraron contra la pared. El terrorista rodó sobre el suelo hasta cubrirse con un contenedor metálico de recogida de vidrio. McCormick se levantó de un salto y se cubrió con la verja de entrada. Metió otro cargador de veinte en la pistola. Se preguntó cuánto tardarían los SWAT en hacer su aparición en escena. Sus pensamientos quedaron interrumpidos por el ruido de pasos del terrorista al escapar.

Decidió tomar otro camino para intentar sorprenderle. Tenía que procurar sacar ventaja del nerviosismo del cabrón.

Aguzó el oído. Captó los ruidos de huida. Entró en el jardín de una casa. Una suave música salía de algún lado.

Durante un instante le pareció como si el tiempo se detuviese. En el jardín unas sábanas colgadas de un tendal se balanceaban suavemente con el viento. Captó su perfumado olor. Trepó la pared que cerraba el jardín y entró en otro. Los brazos le escocían por las quemaduras producidas por los casquillos.

El jardín estaba cubierto de maleza y de él salían murmullos de insectos. Se quedó totalmente quieto. Silencio absoluto. Sólo cortado por las ramas de los árboles en movimiento. La dulce música pareció alejarse. El sol bajaba por los tejados bañando todo en rojo.

Salió por un sendero que le llevaba a la calle. Pudo ver un rastro de sangre. Le condujo hacia una enorme casa sumida en el silencio. La puerta principal abierta. Se acercó agarrando con fuerza la pistola. Apuntando al frente. Observó una sombra confundiéndose con las de las ramas de los árboles. Un estanque presidía el monumental jardín. Al continuo fluir del agua le acompañaba la rítmica caída de unas gotas.

Se parapetó detrás de un árbol. Escuchó ruidos de ramas crujiendo. Una nueva gota cayó sobre el estanque formando ondulaciones. Se asomó a la izquierda del árbol. No vio nada. Caminó con tiento hacia otro árbol. Observó una estatua parada en gesto cínico. Le recorrió una incesante angustia. El miedo se manifestó en forma de frío sin dolor. Los sonidos de unos pies arrastrándose sobre la hierba le sobresaltaron. Esperó. Escuchó otras dos gotas cayendo sobre el estanque. Se asomó. Para su sorpresa se encontró al terrorista caminando en puntillas hacia la salida con el arma bajada. Se quedó mirando como caminaba.  La vista baja.  Procurando no pisar ninguna rama caída. Todo sucedía a cámara lenta. Confundido le vio dar dos pasos más. Escuchó otra gota caer sobre el estanque. Alzó la pistola y apuntó con calma a la cabeza. El destello de cañón iluminó todo lo que tenía alrededor y formó parte de una gota que caía perezosamente. En todo el jardín sólo resonaba el rasgar de metal contra hueso y una nueva gota que, caprichosa, parecía girar sobre sí misma para reflejar el horror.


McCormick sintió una extraña calma mientras se acercaba al amasijo. A su lado, en el estanque, un pájaro se acercaba y bebía con alegres gorgoteos.
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