Una bala perdida…
El niño cayó pesadamente al
suelo. Todo se volvió irreal. Los coches, los edificios…Sus pensamientos
atrapados en un cuerpo que no le obedecía.
Modificación genética. Las
personas con recursos, ajenos a las enfermedades pero no al dolor. Único peaje:
Síndrome de Sjogren. Sequedad bucal y ocular. Incapacidad para llorar. Casi
como una metáfora. Pero no lo era. Las enfermedades ya no mataban. Sólo mataban
el odio y la agresividad. Una pandemia sin cura.
El debate paso de ético a
estético. Niños de catalogo. El dinero, ya no los genes, escogía color de ojos,
pelo y eliminar la tendencia a la obesidad. Las personas bendecidas por herencias
familiares veían como también podían enriquecer su patrimonio genético. El
mundo les pertenecía. En ese contexto surgió el reinado de terror de la ‘Yiser’.
El grupo terrorista de la ‘Yiser’
pretendía igualar la balanza. Principales objetivos, centros de DPI: Diagnóstico
Pre-Implante. Expresado de otra forma. Niños a la carta.
El Proyecto Genoma enseño
como leer el libro de la vida. No enseñaba como sobrevivir a ella.
“Ya no somos esclavos de
Dios”. Palabras que escribían, con la sangre de las víctimas, los miembros del
grupo terrorista “Nuevo Amanecer”. Organización mas anárquica. Eso impedía que
cada calle se convirtiese en una guerra territorial.
Ingeniería genética. El
corazón de un mundo sin corazón.
Los nuevos cambios siempre implicaban
nuevos prejuicios. Y los nuevos prejuicios implicaban violencia. El grupo
terrorista de la “Yiser” la estaba mostrando en ese momento. Y él estaba en
medio.
El olor a carne quemada presidía
las calles. Una iglesia cercana. Las campanadas sonaban a explosiones y los
rezos a disparos. Sangre inocente sobre la que no se podría construir.
Freedom City, EEUU. Más
armas que almas.
-
Me duele el pecho- se quejó el niño devolviendo a
McCormick a la realidad.
Cayó de rodillas a su lado. Buscó
las marcas de abrasión del proyectil. Le rasgó la camiseta por la mitad. En el
lado izquierdo del torso observo una herida profunda. Sólo del tamaño de un
fragmento. Puede que suficiente.
-
Me duele mucho- volvió a quejarse el niño con
respiración entrecortada.
De la herida no manaba
sangre. Su respiración no era entrecortada. Era ahogada. Hemorragia interna. La
sangre fluiría a sus pulmones hasta que en ellos no lograse entrar el aire.
El sonido de una ambulancia
le llegó mezclado con el sonido del pánico. Demasiado lejano. Nada que hacer.
-
¡Civil herido!- gritó acercándose el transmisor a la
boca- ¡Necesito asistencia inmediata en Dwight con la Tercera!
Escuchó disparos. Provenían
de una calle paralela.
-
Aguanta muchacho, enseguida vendrán por ti- dijo posándole
la mano en el pecho.
Sacó su Starfire
semiautomática y avanzó agachándose entre los coches. Creyó oír al muchacho
pidiéndole que no le dejase solo. El “nada que hacer” tendría que incluir
dejarle morir solo.
El ataque de pánico
colectivo parecía ir en aumento. La gente corría arrollándose y los conductores
o salían corriendo de los coches o aceleraban arrastrando a la marabunta. Llegó
hasta la esquina. Escuchó ráfagas largas de rifles y automáticas. Oyó un
estallido a sus espaldas y se dio la vuelta sobresaltado. Una mujer se había
incrustado contra el capot de un coche. Sus ojos le miraban directamente.
Gruesas gotas de sangre manaban desde sus labios rotos hacia su frente.
Quitó el seguro del arma y
rodeó la esquina. Se giró para mirar el escaparate de una tienda de moda que
había sido devastado por las balas. Las dos dependientas no eran más que una
masa de carne deshecha sobre un lecho rojo. De la arteria del cuello de una de
ellas seguía saliendo un chorro intermitente. Le costó apartar la mirada. Se encontró
con más gente que corría alocadamente en su dirección. Pudo sentir el terror en
sus ojos al verle.
Se puso la mano en la oreja
y acerco la boca al transmisor que llevaba prendido de la camisa.
-
¡Van hacia el norte! ¡Están subiendo por Cooley!
Un escalofrío le recorrió la
espalda. Iban directos hacia Pomon Avenue, una zona residencial donde tendrían
mucho espacio para esconderse y mucha gente con la que acabar en su huida.
Desde el aparato receptor le
comunicaron que se dirigía un equipo táctico a cerrar la zona. “Mala opción” pensó.
Era como acorralar a un animal herido. Tendría que resolverlo con sus propios métodos.
Se abrió camino hacia ellos.
Seguían disparando enloquecidamente a todo lo que tenían por delante.
Agazapándose pudo acercarse a veinte metros de ellos, en el momento en que
dejaron de correr dudando por el camino a tomar. Se levantó y abrió fuego sobre
el que tenía a la izquierda. Notó el chasquido de los proyectiles. Su objetivo cayo
vomitando sangre por la boca. Su acompañante se dio la vuelta con velocidad e
intentó sorprenderle con una ráfaga larga de su automática. McCormick se agacho
y recibió una ducha de cristales en su cuerpo.
El terrorista se fue corriendo
hacia la zona residencial. McCormick lo vio desde debajo del coche. Observó cómo
cada poco tiempo volvía la cabeza. Apoyó la espalda contra el coche y respiro
profundamente antes de echar a correr detrás de la figura. Vio como se metía en
un pasaje que había entre dos casas.
McCormick saltó la verja de
una de las casas. Corrió pegado a la tapia que daba al pasaje. Buscó la entrada
de la casa. Tropezó en los escalones que daban a la portilla de entrada y se
quedó así. Tumbado. Apuntando a la salida del pasaje. Vio la sombra de una
silueta. Se obligó a contener el resuello. Entrecerró los ojos para apuntar
mejor.
Disparó en el instante en
que le vio asomar la cabeza. Los casquillos se elevaban ante su vista y descendían
sobre sus brazos abrasándolos allí donde caían. Las balas se empotraron contra
la pared. El terrorista rodó sobre el suelo hasta cubrirse con un contenedor
metálico de recogida de vidrio. McCormick se levantó de un salto y se cubrió
con la verja de entrada. Metió otro cargador de veinte en la pistola. Se
preguntó cuánto tardarían los SWAT en hacer su aparición en escena. Sus
pensamientos quedaron interrumpidos por el ruido de pasos del terrorista al
escapar.
Decidió tomar otro camino
para intentar sorprenderle. Tenía que procurar sacar ventaja del nerviosismo
del cabrón.
Aguzó el oído. Captó los
ruidos de huida. Entró en el jardín de una casa. Una suave música salía de algún
lado.
Durante un instante le pareció
como si el tiempo se detuviese. En el jardín unas sábanas colgadas de un tendal
se balanceaban suavemente con el viento. Captó su perfumado olor. Trepó la
pared que cerraba el jardín y entró en otro. Los brazos le escocían por las
quemaduras producidas por los casquillos.
El jardín estaba cubierto de
maleza y de él salían murmullos de insectos. Se quedó totalmente quieto. Silencio
absoluto. Sólo cortado por las ramas de los árboles en movimiento. La dulce
música pareció alejarse. El sol bajaba por los tejados bañando todo en rojo.
Salió por un sendero que le
llevaba a la calle. Pudo ver un rastro de sangre. Le condujo hacia una enorme
casa sumida en el silencio. La puerta principal abierta. Se acercó agarrando
con fuerza la pistola. Apuntando al frente. Observó una sombra confundiéndose
con las de las ramas de los árboles. Un estanque presidía el monumental jardín.
Al continuo fluir del agua le acompañaba la rítmica caída de unas gotas.
Se parapetó detrás de un árbol.
Escuchó ruidos de ramas crujiendo. Una nueva gota cayó sobre el estanque
formando ondulaciones. Se asomó a la izquierda del árbol. No vio nada. Caminó
con tiento hacia otro árbol. Observó una estatua parada en gesto cínico. Le recorrió
una incesante angustia. El miedo se manifestó en forma de frío sin dolor. Los
sonidos de unos pies arrastrándose sobre la hierba le sobresaltaron. Esperó. Escuchó
otras dos gotas cayendo sobre el estanque. Se asomó. Para su sorpresa se
encontró al terrorista caminando en puntillas hacia la salida con el arma
bajada. Se quedó mirando como caminaba. La
vista baja. Procurando no pisar ninguna
rama caída. Todo sucedía a cámara lenta. Confundido le vio dar dos pasos más.
Escuchó otra gota caer sobre el estanque. Alzó la pistola y apuntó con calma a
la cabeza. El destello de cañón iluminó todo lo que tenía alrededor y formó
parte de una gota que caía perezosamente. En todo el jardín sólo resonaba el
rasgar de metal contra hueso y una nueva gota que, caprichosa, parecía girar
sobre sí misma para reflejar el horror.
McCormick sintió una extraña
calma mientras se acercaba al amasijo. A su lado, en el estanque, un pájaro se
acercaba y bebía con alegres gorgoteos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario