viernes, 18 de octubre de 2013

Preludio




Una bala perdida…

El niño cayó pesadamente al suelo. Todo se volvió irreal. Los coches, los edificios…Sus pensamientos atrapados en un cuerpo que no le obedecía.

Modificación genética. Las personas con recursos, ajenos a las enfermedades pero no al dolor. Único peaje: Síndrome de Sjogren. Sequedad bucal y ocular. Incapacidad para llorar. Casi como una metáfora. Pero no lo era. Las enfermedades ya no mataban. Sólo mataban el odio y la agresividad. Una pandemia sin cura.

El debate paso de ético a estético. Niños de catalogo. El dinero, ya no los genes, escogía color de ojos, pelo y eliminar la tendencia a la obesidad. Las personas bendecidas por herencias familiares veían como también podían enriquecer su patrimonio genético. El mundo les pertenecía. En ese contexto surgió el reinado de terror de la ‘Yiser’.

El grupo terrorista de la ‘Yiser’ pretendía igualar la balanza. Principales objetivos, centros de DPI: Diagnóstico Pre-Implante. Expresado de otra forma. Niños a la carta.

El Proyecto Genoma enseño como leer el libro de la vida. No enseñaba como sobrevivir a ella.

“Ya no somos esclavos de Dios”. Palabras que escribían, con la sangre de las víctimas, los miembros del grupo terrorista “Nuevo Amanecer”. Organización mas anárquica. Eso impedía que cada calle se convirtiese en una guerra territorial.

Ingeniería genética. El corazón de un mundo sin corazón.

Los nuevos cambios siempre implicaban nuevos prejuicios. Y los nuevos prejuicios implicaban violencia. El grupo terrorista de la “Yiser” la estaba mostrando en ese momento. Y él estaba en medio.

El olor a carne quemada presidía las calles. Una iglesia cercana. Las campanadas sonaban a explosiones y los rezos a disparos. Sangre inocente sobre la que no se podría construir.

Freedom City, EEUU. Más armas que almas.

-          Me duele el pecho- se quejó el niño devolviendo a McCormick a la realidad.

Cayó de rodillas a su lado. Buscó las marcas de abrasión del proyectil. Le rasgó la camiseta por la mitad. En el lado izquierdo del torso observo una herida profunda. Sólo del tamaño de un fragmento. Puede que suficiente.

-          Me duele mucho- volvió a quejarse el niño con respiración entrecortada.

De la herida no manaba sangre. Su respiración no era entrecortada. Era ahogada. Hemorragia interna. La sangre fluiría a sus pulmones hasta que en ellos no lograse entrar el aire.

El sonido de una ambulancia le llegó mezclado con el sonido del pánico. Demasiado lejano. Nada que hacer.

-          ¡Civil herido!- gritó acercándose el transmisor a la boca- ¡Necesito asistencia inmediata en Dwight con la Tercera!

Escuchó disparos. Provenían de una calle paralela.

-          Aguanta muchacho, enseguida vendrán por ti- dijo posándole la mano en el pecho.

Sacó su Starfire semiautomática y avanzó agachándose entre los coches. Creyó oír al muchacho pidiéndole que no le dejase solo. El “nada que hacer” tendría que incluir dejarle morir solo.

El ataque de pánico colectivo parecía ir en aumento. La gente corría arrollándose y los conductores o salían corriendo de los coches o aceleraban arrastrando a la marabunta. Llegó hasta la esquina. Escuchó ráfagas largas de rifles y automáticas. Oyó un estallido a sus espaldas y se dio la vuelta sobresaltado. Una mujer se había incrustado contra el capot de un coche. Sus ojos le miraban directamente. Gruesas gotas de sangre manaban desde sus labios rotos hacia su frente.

Quitó el seguro del arma y rodeó la esquina. Se giró para mirar el escaparate de una tienda de moda que había sido devastado por las balas. Las dos dependientas no eran más que una masa de carne deshecha sobre un lecho rojo. De la arteria del cuello de una de ellas seguía saliendo un chorro intermitente. Le costó apartar la mirada. Se encontró con más gente que corría alocadamente en su dirección. Pudo sentir el terror en sus ojos al verle.

Se puso la mano en la oreja y acerco la boca al transmisor que llevaba prendido de la camisa.

-          ¡Van hacia el norte! ¡Están subiendo por Cooley!

Un escalofrío le recorrió la espalda. Iban directos hacia Pomon Avenue, una zona residencial donde tendrían mucho espacio para esconderse y mucha gente con la que acabar en su huida.

Desde el aparato receptor le comunicaron que se dirigía un equipo táctico a cerrar la zona. “Mala opción” pensó. Era como acorralar a un animal herido. Tendría que resolverlo con sus propios métodos.

Se abrió camino hacia ellos. Seguían disparando enloquecidamente a todo lo que tenían por delante. Agazapándose pudo acercarse a veinte metros de ellos, en el momento en que dejaron de correr dudando por el camino a tomar. Se levantó y abrió fuego sobre el que tenía a la izquierda. Notó el chasquido de los proyectiles. Su objetivo cayo vomitando sangre por la boca. Su acompañante se dio la vuelta con velocidad e intentó sorprenderle con una ráfaga larga de su automática. McCormick se agacho y recibió una ducha de cristales en su cuerpo.

El terrorista se fue corriendo hacia la zona residencial. McCormick lo vio desde debajo del coche. Observó cómo cada poco tiempo volvía la cabeza. Apoyó la espalda contra el coche y respiro profundamente antes de echar a correr detrás de la figura. Vio como se metía en un pasaje que había entre dos casas.

McCormick saltó la verja de una de las casas. Corrió pegado a la tapia que daba al pasaje. Buscó la entrada de la casa. Tropezó en los escalones que daban a la portilla de entrada y se quedó así. Tumbado. Apuntando a la salida del pasaje. Vio la sombra de una silueta. Se obligó a contener el resuello. Entrecerró los ojos para apuntar mejor.

Disparó en el instante en que le vio asomar la cabeza. Los casquillos se elevaban ante su vista y descendían sobre sus brazos abrasándolos allí donde caían. Las balas se empotraron contra la pared. El terrorista rodó sobre el suelo hasta cubrirse con un contenedor metálico de recogida de vidrio. McCormick se levantó de un salto y se cubrió con la verja de entrada. Metió otro cargador de veinte en la pistola. Se preguntó cuánto tardarían los SWAT en hacer su aparición en escena. Sus pensamientos quedaron interrumpidos por el ruido de pasos del terrorista al escapar.

Decidió tomar otro camino para intentar sorprenderle. Tenía que procurar sacar ventaja del nerviosismo del cabrón.

Aguzó el oído. Captó los ruidos de huida. Entró en el jardín de una casa. Una suave música salía de algún lado.

Durante un instante le pareció como si el tiempo se detuviese. En el jardín unas sábanas colgadas de un tendal se balanceaban suavemente con el viento. Captó su perfumado olor. Trepó la pared que cerraba el jardín y entró en otro. Los brazos le escocían por las quemaduras producidas por los casquillos.

El jardín estaba cubierto de maleza y de él salían murmullos de insectos. Se quedó totalmente quieto. Silencio absoluto. Sólo cortado por las ramas de los árboles en movimiento. La dulce música pareció alejarse. El sol bajaba por los tejados bañando todo en rojo.

Salió por un sendero que le llevaba a la calle. Pudo ver un rastro de sangre. Le condujo hacia una enorme casa sumida en el silencio. La puerta principal abierta. Se acercó agarrando con fuerza la pistola. Apuntando al frente. Observó una sombra confundiéndose con las de las ramas de los árboles. Un estanque presidía el monumental jardín. Al continuo fluir del agua le acompañaba la rítmica caída de unas gotas.

Se parapetó detrás de un árbol. Escuchó ruidos de ramas crujiendo. Una nueva gota cayó sobre el estanque formando ondulaciones. Se asomó a la izquierda del árbol. No vio nada. Caminó con tiento hacia otro árbol. Observó una estatua parada en gesto cínico. Le recorrió una incesante angustia. El miedo se manifestó en forma de frío sin dolor. Los sonidos de unos pies arrastrándose sobre la hierba le sobresaltaron. Esperó. Escuchó otras dos gotas cayendo sobre el estanque. Se asomó. Para su sorpresa se encontró al terrorista caminando en puntillas hacia la salida con el arma bajada. Se quedó mirando como caminaba.  La vista baja.  Procurando no pisar ninguna rama caída. Todo sucedía a cámara lenta. Confundido le vio dar dos pasos más. Escuchó otra gota caer sobre el estanque. Alzó la pistola y apuntó con calma a la cabeza. El destello de cañón iluminó todo lo que tenía alrededor y formó parte de una gota que caía perezosamente. En todo el jardín sólo resonaba el rasgar de metal contra hueso y una nueva gota que, caprichosa, parecía girar sobre sí misma para reflejar el horror.


McCormick sintió una extraña calma mientras se acercaba al amasijo. A su lado, en el estanque, un pájaro se acercaba y bebía con alegres gorgoteos.

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