sábado, 19 de octubre de 2013

1




-          Siéntese Señor D’Amalia.
-         
-          Póngase cómodo por favor.
-         
-          D’Amalia tengo entendido que usted tiene ideas sobre lo que debería ser la sociedad pero… ¿Sabe lo que hay fuera de estos muros?
-          Crissy.
-          No señor D’Amalia, fuera de aquí no hay nada.
-          Ella.
-          ¿Fuma?- preguntó ofreciéndole un cigarrillo que sobresalía del paquete de tabaco.
-          No.
-          Yo tampoco- replicó arrojando la cajetilla al suelo.
-          Comprendo.
-          ¿Sabe lo que soñé el otro día? Un perro con sombrero mejicano me intentaba reclutar para el ejército. Me despertó el toque de corneta. ¿Sabe usted lo que significa?
-          No.
-          ¡No comercie con mis sentimientos D’Amalia!
-          Claro que no señor.
-          Está haciendo progresos.
-         
-          ¿Nos reímos?
-          No.
-          Yo tampoco creo en esas cosas. ¿Sabe cuál es el verdadero problema? Que somos incapaces de entender nuestros sentimientos. Por eso intentamos que sean las máquinas quienes las descifren.
-          Claro señor.
-          Estoy muy satisfecho con sus valores. ¿Me puede prestar 2’40?
-          ¿Señor?
-          Olvídelo.
-         
-          ¿A cuantos hombres se han de matar para vivir un minuto?
-          ¿Disculpe?
-          Ese era el mensaje del sueño Señor D’Amalia.
-          Comprendo.
-          Es usted un cobarde y una vergüenza para los demás.
-          No…yo no.
-          Haré que sufra espasmos de horror hasta que sea reducido a un montón de basura sangrante. Le robaremos lo único que tiene y, ¿Sabe qué? Estará muerto por dentro, sólo le quedará la fachada. Un montón de carne y huesos que tirar a la basura. Para entonces no habrá nada que matar, será sólo una mera formalidad.
-          Yo…yo…o...
-          Es un momento muy emotivo Señor D’Amalia. Déme un abrazo.
-          E…er…eriw.

Bordeó la mesa y le abrazó con fuerza pasando los dedos entre su pelo con ternura.  Los guardias que flanqueaban a D’Amalia intercambiaron miradas de incertidumbre. El centro, eufemísticamente denominado como “Centro de Prisión Preventiva”, iba a ser el hogar durante 72 horas de todos aquellos sospechosos de los atentados cuya implicación todavía no había podido ser demostrada. El pentotal, junto con otros cócteles químicos, era el desayuno habitual en aquel antiguo psiquiátrico. El doctor asintió orgulloso con la cabeza una vez deshizo el abrazo. D’Amalia se quedo quieto con la boca abierta y caída hacia un lado mientras la saliva le colgaba de las comisuras.

-          ¡GUARDIAS! ¡Llévenselo! Y vuelvan con…
-          ¿Señor?
-          El florero del pasillo…Pero antes de eso y antes de que prosigan con su ejemplar labor, permítanme que les muestre el funcionamiento del tablero de luces instalado a la puerta de mi despacho. En caso de no querer ser interrumpido podrán ser conscientes de ello al ver un molesto color rojo parpadeando en dicho tablero. No obstante,…y llegado este momento permítanme igualmente una pausa dramática- dicho lo cual se mantuvo en silencio ante la sorpresa de los guardias que se miraban incrédulos- La luz verde- prosiguió- será indicativa de la situación contraria, podrán ustedes proceder a penetrar en la estancia para cualquier clase de ruegos, preguntas o loas que generosamente quieran verter sobre mi labor o sobre mi persona. Dado el caso,- continuó mientras acentuaba sus palabras con una excesiva gesticulación manual- podría ser que el color del ingenioso mecanismo sea de un no menos molesto naranja intermitente lo cual será signo inequívoco de avería. Asimismo el color azul tendrá un significado aleatorio. Por ser éste un instrumento todavía inédito en nuestras instalaciones les sugiero que se atengan únicamente al último color explicado hasta que se familiaricen con su uso.

Se quedaron los guardias en silencio en espera de que continuase hablando. Al quedarse esté totalmente quieto, con la mirada fija en la pared, dudaron un instante antes de llevarse a D’Amalia a su cuarto de castigo.

Le pasearon por un angosto pasillo ante los gritos, silbidos e incluso gruñidos de los que se encontraban ya recluidos. Le arrojaron a su celda y cuando escuchó la segunda vuelta de llave notó una inconsolable sensación de desasosiego, acompañado por un sudor frío que le recorrió la columna vertebral. Intentó centrarse pensando en algo de tan extrema belleza que lograse apartarle del dolor que sentía, pero el poder jugar con el panel del doctor no le resultaba consuelo suficiente.

Se comenzó a derrumbar. Sus pensamientos golpeaban contra las paredes y volvían convertidos en martillazos. Sus hemisferios cerebrales se desconectaron, se tapó los oídos con las manos y gritó con voz sin tono. Escuchó los aullidos histéricos del resto de reclusos que parecían disfrutar del espectáculo. Imaginó la locura permanente a que iba a estar sometido durante el resto de su vida.

Cayó al suelo y con el resto del cuerpo inmóvil golpeó su cabeza contra el suelo dulce y suavemente, buscando un rítmico sonido que le mantuviese sin pensar durante el resto de su vida. Quería huir de la locura. Los huesos aullaban deseando salir del cuerpo.


Intentó gritar pero notó la garganta estallando en fuego y la nuez pugnando por salírsele de la boca. Quiso llorar, pero lo más que pudo fue provocarse arcadas mientras unas espesas lágrimas de enrojecido color caían al suelo confundiéndose con el espeso hilo de saliva que colgaba de su boca. Con las piernas temblando intentó levantarse en un arrebato de dignidad, pero sólo logró que los brazos se le doblasen a la altura de los codos y volver a caer al suelo. Se quedó así mientras notaba como, poco a poco los parpados se le cerraban convirtiendo todo en borrosa realidad y su cuerpo empezaba a dar vueltas por la habitación.

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