Nadie alrededor. Ningún sonido
rasgando la noche. Agarró con fuerza la pistola y movió la verja de alambres
hasta el punto en que sabía comenzaría a chirriar. Llegó hasta el porche
pensando en lo que no quería encontrar dentro.
Se quedó parado intentando
escuchar algo del interior. La puerta. “¡Dios Santo! ¡Esta abierta!”. La empujó
con el hombro y escuchó el aire acondicionado saltando al detectar su
presencia. Un soplo de aire fresco le recibió. Eso sólo podía significar que no
tendría compañía.
Se giró a la derecha y allí
la encontró. Yaciendo con la cabeza ladeada y una hermosa sonrisa en sus
facciones sin vida. La vida congelada para siempre en un último pensamiento.
Cayó de rodillas sintiéndose
impotente. “Crissy”. Quiso abrazarla, sentirla contra su pecho deseando poder
volver a escucharla. Su expresión era serena y llena de algo que sabía jamás llegaría
a comprender.
Incluso muerta parecía llena
de vida.
Todo lo que era y lo que habría
podido ser arrebatado…para siempre…
Una lágrima cayó desde sus
humedecidos ojos hasta los de ella. Por primera vez la vio llorar al contemplar
esa gota sobre sus pestañas. “Tal vez ésta fuese la única manera mi amor. Que
mis lágrimas fuesen las tuyas”. Se abrió paso entre las pestañas y se deslizó
hasta esconderse en sus labios. D’Amalia acarició su cabeza y bajó la mano
hasta poner un dedo en sus labios. Labios que no volverían a besar, que no
volverían a amar, pero que seguían siendo hermosos.
Que seguían siendo rojos y
brillantes.
Que tenían la dignidad de un
último esfuerzo en medio del horror.
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