martes, 5 de noviembre de 2013

7


Nadie alrededor. Ningún sonido rasgando la noche. Agarró con fuerza la pistola y movió la verja de alambres hasta el punto en que sabía comenzaría a chirriar. Llegó hasta el porche pensando en lo que no quería encontrar dentro.

Se quedó parado intentando escuchar algo del interior. La puerta. “¡Dios Santo! ¡Esta abierta!”. La empujó con el hombro y escuchó el aire acondicionado saltando al detectar su presencia. Un soplo de aire fresco le recibió. Eso sólo podía significar que no tendría compañía.

Se giró a la derecha y allí la encontró. Yaciendo con la cabeza ladeada y una hermosa sonrisa en sus facciones sin vida. La vida congelada para siempre en un último pensamiento.

Cayó de rodillas sintiéndose impotente. “Crissy”. Quiso abrazarla, sentirla contra su pecho deseando poder volver a escucharla. Su expresión era serena y llena de algo que sabía jamás llegaría a comprender.

Incluso muerta parecía llena de vida.

Todo lo que era y lo que habría podido ser arrebatado…para siempre…

Una lágrima cayó desde sus humedecidos ojos hasta los de ella. Por primera vez la vio llorar al contemplar esa gota sobre sus pestañas. “Tal vez ésta fuese la única manera mi amor. Que mis lágrimas fuesen las tuyas”. Se abrió paso entre las pestañas y se deslizó hasta esconderse en sus labios. D’Amalia acarició su cabeza y bajó la mano hasta poner un dedo en sus labios. Labios que no volverían a besar, que no volverían a amar, pero que seguían siendo hermosos.

Que seguían siendo rojos y brillantes.


Que tenían la dignidad de un último esfuerzo en medio del horror.

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